Salir campeón no tiene precio, es la gloria. Pero, lograrlo así, sobreponiéndose a las constantes malas del calendario, trabajando a regañadientes en una postura de juego que nunca terminó de cerrarles, a propios y mucho menos a extraños. Así, y con la tranquilidad de que ésto no se da de chiripa, sino que es producto y engendro de algo importante, Estudiantes alza hoy la bandera, la del campeón, la de una institución que demuestra que estos logros deportivos son netas consecuencias del hacer las cosas bien.En el comienzo, se le planteaba un escenario más que complicado al Pincharrata. Con Arsenal bien plantado, apiñando hombres adoctrinados a la marca, con dos líneas bien compactas esperando detrás de la línea del balón y trabajando constantemente las entradas y salidas a espaldas del dueto de contenciones, sobretodo del paraguayo Aguilar, para cubrir los desprendimientos de la Bruja o la inestable movilidad de Enzo Pérez por todo el frente de ataque, que flotaba por los espacios vacíos en los tres cuartos.
En la mitad de cancha, los anticuerpos defensivos del Arse inmunizaban a su retrocesos de la telaraña que habitualmente Estudiantes genera. Porque entre Ortiz y Marcone se juntaban para contener y romper el pasaje de posturas hacia posiciones ofensivas que tenía a Benítez como ejecutor. Adrián González y Mosca no surcaban el carril con vértigo ni profundidad, pero eran prolijitos en la persecución de los laterales volantes del rival.
Verón perdido, corriendo para eludirle a la cobertura férrea que acusaba el conjunto del Viaducto. Sin su presencia activa en el circuito de juego, Mercado y Rojo pasaban sin efecto y no validaban el ancho del terreno. Sin apoyo y merodeado por el marcador de cada parcela que disponía Arsenal, Pérez no encontró ni entendió cómo interpretar las necesidades de su equipo.
Con el RoRo López como referencia, la Gata Fernández salía de su posición entre los grandotes para movilizarse alrededor del uruguayo, con la noción del arco de Campestrini de frente, y compartiendo con Enzo Pérez la parte revulsiva del Léon. Ya sin Verón, Estudiantes iba, como podía y habiendo comprobado que por los caminos ordinarios, el tan ansiado gol del campeonato no e daba.
A los 29', y luego de rodearle la manzana por completo hacía por lo menos un cuarto del complemento, esa garra pincha por fin se concretaba en la red. Un corner del Chino Benítez, Rodrigo López la frenteó con dirección al arco, y cuando Campestrini iba a embolsarla, la Gata Fernández se interpuso y, sin haberla tocado pese a su estirada, logró hacer que el arquero perdiera por un segundo la trayectoria del balón, y esta se terminara metiendo dentro del arco.
Cuidando lo que ya creía suyo, se ordenó y volvió a su idea primigenia de defender en bloque y no dar concesiones al rival. Y para coronarlo, par ponerle el broche, el uruguayo López, aquel encargado de reemplazar a Boselli como goleador, y que había visto casi todo el torneo desde afuera por lesión, decoraba el resultado con un cabezazo bien de gran delantero, y desataba la revolución en el Centenario de Quilmes.
IVÁN ISOLANI

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