21:05 NUEVOS DÍAZ DE GLORIA



Arrancó la primera temporada de la nueva Era River. Y vaya que puso primera, segunda, tercera y todas las revoluciones juntas. Con suficiencia, y mostrando por momentos una diferencia importante de categoría con el rival Chacarita, el gol tempranero del uruguayo Díaz a los 6 minutos le quitó presiones al equipo, mostró excluyentemente la calidad del Chori Domínguez y de Carlos Sánchez, que se comieron la cancha y con su inteligencia, hicieron la diferencia.   
A los 6’, la armada aérea funebrera ya había dispuesto de su chance, y en la primera oportunidad que los grandotes del Millo cruzaron el Ecuador del campo, Chori Domínguez se avivó y buscó un pase corto en vez de hacer el córner, que sacó de su posición a Pena y a Páez, y con un centro preciso de Carlos Sánchez, para que desde el punto del penal, su compatriota Juan Manuel Díaz se elevara sin oposición y sentenciara a un estaqueado Nicolás Tauber.
Los dos intentaban establecer su estrategia y su patrón de juego desde la conservación del balón. Chacarita, como primera medida, quería jugarla sin tanta verticalidad, apelando a moverla a lo ancho para poder progresar preferentemente por el sector izquierdo, donde era opción Centurión y se tiraba Herrera para hacerle el dos uno al pibe Abecassis. River era más sencillo, construía cada avance sin tanto traslado y con la rapidez y la sorpresa que albergan los pases de primera, sin preámbulos. Carlos Sánchez, cada vez que entraba en la circulación, era el que marcaba los compases en la transición de defensa a ataque, todo con la atenta supervisión del Chori, que se trajo del Viejo Continente la sapiencia para enganchar y armar juego.
Cada vez que se pudo, Sánchez –en mayor medida- y el juvenil Ocampos, se desplegaron por las bandas para respaldar la posición más adelantada de los delanteros, y no obligarlos a tener que retrasarse para poder tomar contacto con el balón y entrar en la rotación de la pelota. Pero, cuando Chaca era el que se adelantaba en el terreno, las figuras silenciosas de Domingo y Aguirre, aparecían para nivelar al equipo en el círculo central. Se le simplificó gran parte del trabajo por la flojísima prestación del Pato Raymonda, que no apareció para orientar y darle sentido a la circulación de la pelota del medio hacia arriba.
Con la cancha pesada por la lluvia, jugadores como Sánchez y Domínguez emergieron como los desequilibrantes, los distintos. Porque, cada vez que entraban a escena, en la porción del campo que sea, buscaban refugiarse en la gambeta y en la verticalidad como opción, y siempre tomaban la variante del compañero libre.    


IVÁN ISOLANI
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