Dos momentos y medio, 3 apariciones fantasmales pero contundentes, pintaron de pies a cabeza este partido de ida de los Octavos entre Chivas y Vélez. En sendas ocasiones, el Fortín lucía mejor compuesto y armado, bien intencionado para concretar lo formulado. Pero ahí, es en donde el Guadalajara sacó petróleo de las piedras. Emplazado en la eficacia del goleador Omar Bravo, en la endiablada gambeta de Arellano y, sobretodo, en lo inexplicable del fútbol: el resultado evidenció un peligroso 3-0 de los locales. Un golpe certero al mentón de los de Gareca de cara a la revancha.
El conjunto velezano, con orden y el equilibrio dado por sus tres volantes de características defensivas, le permitía tanto a Papa como a Díaz, por sus carriles, ser constantes vías de ataque. Mediante la precisión en velocidad, salió decidido a chapear en el Jalisco ante el juvenil conjunto mexicano.
Chivas, fiel a su estilo, con pelota al pie, dinámicos volantes por los extremos para el ida y vuelta, buscaba romper la presión de Vélez mediante el buen toque y la movilidad para no dar referencias y buscar claros en campo contrario.
No la había tocado en casi 25 minutos. Se movía y seguía el juego de lejos y con la vista. Pero para eso están los goleadores. Omar Bravo apareció en una soledad ideal por el medio del área, y coqueteando con el centro de su compadre Arellano en la ofensiva, venció los reflejos de Montoya. Lejos Otamendi, eligió entre el emisor del centro y el receptor y poseedor de la virtud del global primero, y lo pagó caro.
Inquieto Arellano, revoloteaba por la zona de Papa, y lo obligaba a Otamendi a tener que cruzar lejos y desproteger la guarida. Velocísimo, guapo y predispuesto a revelarse ante cualquier esbozo de marca, el número 9 los gambeteaba a todos y era una pregunta sin respuesta para el fondo velezano.
Después del gol, Vélez se partió en dos porciones diametralmente desiguales. Dos líneas muy cerca una de la otra, no por achicar los espacios de maniobra a los que llegaran de frente, sino que el buen empleo del balón y el adelantamiento inteligente de sus volantes externos más el creativo De la Mora, obligaban a Somoza a meter la colita entre los centrales, y Cubero y Zapata a navegar entre la duda de salir a cortar o quedarse y retroceder en demasía.
Y adelante, Maxi Moralez disperso sin lograr lastimar con su velocidad, no andaba en la misma sintonía que lo intentado por el Burrito Martínez, de indomable gambeta en los primeros minutos.
Chivas hacía la transición de ataque-defensa con mucha rapidez y agrupaba muchos hombres, doblegando esfuerzos para proteger a los tres del fondo y crear los anticuerpos a espaldas de los carrileros, y cerrarle huecos de maniobra a Martínez.
Con la entrada de Torsiglieri, Vélez ganó firmeza en el seguimiento de Arellano, y tranquilidad para Otamendi y su impulso de desorganización. Pero perdía la chance de la salida por esa banda y la escalada hasta el fondo, concensuado con la cobertura del Chapa Zapata.
Cuando Chivas ya acusaba el golpe de cansancio, el trajinar e moverse en bloque de aquí para allá, y el Fortín reunía méritos y oportunidades para la parda, de nuevo él. Silenciosa presencia, pero eficaz y matadora en sí. Esta vez, Omar Bravo apareció por el lado opuesto al centro de De la Mora, y sólo solito solitario, la picó de cabeza ante la trunca salida de Montoya.
Demasiado premio a la contundencia. Y la yapa la tuvo Bravo, derribado por Montoya en el área y Ruiz cobró penal y expulsó al arquero. El capitán Reynoso lo cambió por gol ante un improvisado Víctor Zapata de portero –Vélez ya había agotado los cambios-.
Mucho sobreequipaje para la vuelta en Buenos Aires. Vélez tramitó otra cosa en los 90 minutos, pero las variables de fútbol y un delantero afilado, le jugaron una mala pasada en el DF.
El conjunto velezano, con orden y el equilibrio dado por sus tres volantes de características defensivas, le permitía tanto a Papa como a Díaz, por sus carriles, ser constantes vías de ataque. Mediante la precisión en velocidad, salió decidido a chapear en el Jalisco ante el juvenil conjunto mexicano.
Chivas, fiel a su estilo, con pelota al pie, dinámicos volantes por los extremos para el ida y vuelta, buscaba romper la presión de Vélez mediante el buen toque y la movilidad para no dar referencias y buscar claros en campo contrario.
No la había tocado en casi 25 minutos. Se movía y seguía el juego de lejos y con la vista. Pero para eso están los goleadores. Omar Bravo apareció en una soledad ideal por el medio del área, y coqueteando con el centro de su compadre Arellano en la ofensiva, venció los reflejos de Montoya. Lejos Otamendi, eligió entre el emisor del centro y el receptor y poseedor de la virtud del global primero, y lo pagó caro.
Inquieto Arellano, revoloteaba por la zona de Papa, y lo obligaba a Otamendi a tener que cruzar lejos y desproteger la guarida. Velocísimo, guapo y predispuesto a revelarse ante cualquier esbozo de marca, el número 9 los gambeteaba a todos y era una pregunta sin respuesta para el fondo velezano.
Después del gol, Vélez se partió en dos porciones diametralmente desiguales. Dos líneas muy cerca una de la otra, no por achicar los espacios de maniobra a los que llegaran de frente, sino que el buen empleo del balón y el adelantamiento inteligente de sus volantes externos más el creativo De la Mora, obligaban a Somoza a meter la colita entre los centrales, y Cubero y Zapata a navegar entre la duda de salir a cortar o quedarse y retroceder en demasía.
Y adelante, Maxi Moralez disperso sin lograr lastimar con su velocidad, no andaba en la misma sintonía que lo intentado por el Burrito Martínez, de indomable gambeta en los primeros minutos.
Chivas hacía la transición de ataque-defensa con mucha rapidez y agrupaba muchos hombres, doblegando esfuerzos para proteger a los tres del fondo y crear los anticuerpos a espaldas de los carrileros, y cerrarle huecos de maniobra a Martínez.
Con la entrada de Torsiglieri, Vélez ganó firmeza en el seguimiento de Arellano, y tranquilidad para Otamendi y su impulso de desorganización. Pero perdía la chance de la salida por esa banda y la escalada hasta el fondo, concensuado con la cobertura del Chapa Zapata.
Cuando Chivas ya acusaba el golpe de cansancio, el trajinar e moverse en bloque de aquí para allá, y el Fortín reunía méritos y oportunidades para la parda, de nuevo él. Silenciosa presencia, pero eficaz y matadora en sí. Esta vez, Omar Bravo apareció por el lado opuesto al centro de De la Mora, y sólo solito solitario, la picó de cabeza ante la trunca salida de Montoya.
Demasiado premio a la contundencia. Y la yapa la tuvo Bravo, derribado por Montoya en el área y Ruiz cobró penal y expulsó al arquero. El capitán Reynoso lo cambió por gol ante un improvisado Víctor Zapata de portero –Vélez ya había agotado los cambios-.
Mucho sobreequipaje para la vuelta en Buenos Aires. Vélez tramitó otra cosa en los 90 minutos, pero las variables de fútbol y un delantero afilado, le jugaron una mala pasada en el DF.
IVÁN ISOLANI
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