Un Boca poco claro para cambiar de marcha en los metros de la verdad, con un toqueteo que nunca superó la línea del área grande. Y no supo oír los gritos del encuentro, que poco más que lo obligaba a bombardear a un muy replegado Lanús. Pero, el problema del que ve lo que no existe, hizo que, en la última jugada, Pelletieri convirtiera el penal de la discordia, y alzara la voz del que gana el que hace más goles.
Cuando atacaba, Hernán Grana era el que tenía más libertad para sumarse a la mitad de cancha. Pero, cuando se perdía el balón, rápidamente resguardaba su sector y formaba una línea de 5 en el fondo. Cuando todavía se estaban acomodando en el terreno, el Seba Blanco se avivó y, aprovechando una siesta de la última línea Xeneize, mandó un buscapié no tan esquinado, pero sí potente para establecer el 1 a 0 tempranero.
Boca conseguía el desequilibrio en velocidad con el pibe Cañete, pero muchas veces, esas gambetas quedaban en la nada. Porque carecía completamente de amplitud del campo y profundidad por las bandas, y por ende, los tanques dentro del área pasaban desapercibidos.
Cuando más difuso se tornaba su circuito de juego, cuando las subidas de Gaona o de Clemente terminaban en centro al voleo, a Boca lo rescató una de sus torres. Cañete envió un corner picante al primer palo, que Viatri no pudo desviar, pero apareció el Chaco Insaurralde para cambiarle el palo a Marchesín. Por la vía aérea, el Xeneize veía una ventanita con luz.
En el complemento, la actitud de presionar por parte de los volantes de Boca, plantados en campo rival, le daba mayor posesión del balón. Con un par de corridas incisivas del paraguayo Gaona Lugo, mostraba credenciales de velocista, pero no de sereno para concretar sus buenos arranques y buscar a los puntas dentro del área.
Con el monopolio impuesto por ese adelantamiento de la línea de presión, Lanús debía contraponer a sus dos carrileros más cerca de los del fondo, y no tanto ya de los del medio, que originaba el desnivel en la estructura y esa supremacía, sin profundidad ni diagonales en los metros finales, no terminaba de cuajarse en el resultado.
De empuñar el grito de gol tras una plegaria de Marchesín ante un tiro libre de Caruso en la puerta del área, al insulto generalizado por un penal tan dudoso de Clemente, que vio la roja por empujar, en su apuro por cerrar el disparo del ingresado Eduardo Ledesma. Y, en el último instante, Pelletieri lo cambiaba por gol, y le daba el triunfo al Granate. Que pocas virtudes tuvo a lo largo de los ’90, pero hizo lo que Boca no pudo hacer: un gol más que el rival. Y con eso, tan sólo con eso, le alcanzó.
Cuando atacaba, Hernán Grana era el que tenía más libertad para sumarse a la mitad de cancha. Pero, cuando se perdía el balón, rápidamente resguardaba su sector y formaba una línea de 5 en el fondo. Cuando todavía se estaban acomodando en el terreno, el Seba Blanco se avivó y, aprovechando una siesta de la última línea Xeneize, mandó un buscapié no tan esquinado, pero sí potente para establecer el 1 a 0 tempranero.
Boca conseguía el desequilibrio en velocidad con el pibe Cañete, pero muchas veces, esas gambetas quedaban en la nada. Porque carecía completamente de amplitud del campo y profundidad por las bandas, y por ende, los tanques dentro del área pasaban desapercibidos.
Cuando más difuso se tornaba su circuito de juego, cuando las subidas de Gaona o de Clemente terminaban en centro al voleo, a Boca lo rescató una de sus torres. Cañete envió un corner picante al primer palo, que Viatri no pudo desviar, pero apareció el Chaco Insaurralde para cambiarle el palo a Marchesín. Por la vía aérea, el Xeneize veía una ventanita con luz.
En el complemento, la actitud de presionar por parte de los volantes de Boca, plantados en campo rival, le daba mayor posesión del balón. Con un par de corridas incisivas del paraguayo Gaona Lugo, mostraba credenciales de velocista, pero no de sereno para concretar sus buenos arranques y buscar a los puntas dentro del área.
Con el monopolio impuesto por ese adelantamiento de la línea de presión, Lanús debía contraponer a sus dos carrileros más cerca de los del fondo, y no tanto ya de los del medio, que originaba el desnivel en la estructura y esa supremacía, sin profundidad ni diagonales en los metros finales, no terminaba de cuajarse en el resultado.
De empuñar el grito de gol tras una plegaria de Marchesín ante un tiro libre de Caruso en la puerta del área, al insulto generalizado por un penal tan dudoso de Clemente, que vio la roja por empujar, en su apuro por cerrar el disparo del ingresado Eduardo Ledesma. Y, en el último instante, Pelletieri lo cambiaba por gol, y le daba el triunfo al Granate. Que pocas virtudes tuvo a lo largo de los ’90, pero hizo lo que Boca no pudo hacer: un gol más que el rival. Y con eso, tan sólo con eso, le alcanzó.
IVÁN ISOLANI
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