Se enfrentaron en el sur, dos equipos hechos y derechos. Armados, trabajados, constituidos desde hace un buen tipo con muchos de estos hombres. El partido que se dio, decanta que, pese a toda ésta concepción colectiva, las individualidades aún conservan el protagonismo. Caso del Burrito Martínez, que en tan sólo 90’ fue creador, asistidor y hasta goleador, para que Vélez haya derrotado a Banfield por 3 a 2.
Justo Silva, el “uruguayo” al que lo avivaban antes de que ruede el fútbol desde todos los costados, en la primera que tuvo, facturó. Un pelotazo que él mismo se encargó de transformar en importante, lo superó a Dos Santos con un movimiento de su cuerpo, y cuando le salió Bologna, se la pinchó por encima.
El Fortín era el que comandaba el accionar en los primeros minutos, con el retraso del Burro Martínez al mediocampo para entrar en el circuito de juego del equipo, y tener panorama para crear sociedades del centro hacia los costados.
Cuando más desorientado lucía el conjunto de Falcioni, porque en el duelo en el círculo central lo ganaba el dueto de Vélez, que no dejaba a Erviti llegar al balón y levantar la cabeza para hacer partícipe a los carrileros, o buscar a los puntas en la ofensiva. Pero, a los 19’, el 10 pudo filtrar el peaje en el medio, y lo habilitó a Méndez, que desde la puerta del área, la clavó en un ángulo. Golazo.
Poco le duró la remontada al Taladro. Porque a los 22’, la indecisión de Bustamante, hizo que perdiera un tiempo para sacarla del área, y en eso, apareció el enano Moralez, que no sólo se la robó, sino que mandó un centro pasado al segundo palo, donde Martínez la empalmó casi cayéndose de zurda, y lo metió a Bologna con pelota y todo.
A Banfield carecía de acciones de juego en todas las líneas, que habitualmente, son sus virtudes. En defensa, y a espaldas de la línea de medios, los centrales no achicaban para hacer corto el terreno y los espacios, y le daban la chance de moverse, recibir y hasta encarar a los talentosos volantes velezanos. En el medio, Erviti absorbido, Sardella está para destruir más que para construir, y los aleros no perdían su línea, pensando en no descuidar el retroceso. Y arriba, Méndez ni se hacía socio con los del medio, ni tampoco lo era de Ramírez, debatiéndose ante los zagueros.
Eso sí, tenía el balón. Mal o bien, pero era poseso de la herramienta. Y desde ese dato objetivo, la postura era de irlo a buscar, y obligaba al Fortín a activar sus anticuerpos defensivos en versión repliegue. A los 14’, el que sorprendió entrando por el punto del penal fue el Chelo Bustamante, que entre un mar de piernas, fusiló a Barovero. Un niño prodigio de las huestes fortineras, le marcaba a su ex club, y vaya que lo celebró.
De la mano de la sapiencia, del entrar constantemente en la gestación del circuito en la mitad de cancha, el Burrito Martínez era el más destacado. Ni bien ingresado el Churri Cristaldo, el 7 bravo lo vio sólo a espaldas de Ladino, y el joven no escatimó en movimientos para eludir a Bologna y mandarla al fondo de la red.
Con ingresos que variaron el esquema, Vélez intentó cerrarle todos los caminos a un Banfield que, indefectiblemente caía en el facilismo de tirar como sea al área, para que se las arregle el Tito Ramírez contra toda la última línea de los de Villa Luro.
Justo Silva, el “uruguayo” al que lo avivaban antes de que ruede el fútbol desde todos los costados, en la primera que tuvo, facturó. Un pelotazo que él mismo se encargó de transformar en importante, lo superó a Dos Santos con un movimiento de su cuerpo, y cuando le salió Bologna, se la pinchó por encima.
El Fortín era el que comandaba el accionar en los primeros minutos, con el retraso del Burro Martínez al mediocampo para entrar en el circuito de juego del equipo, y tener panorama para crear sociedades del centro hacia los costados.
Cuando más desorientado lucía el conjunto de Falcioni, porque en el duelo en el círculo central lo ganaba el dueto de Vélez, que no dejaba a Erviti llegar al balón y levantar la cabeza para hacer partícipe a los carrileros, o buscar a los puntas en la ofensiva. Pero, a los 19’, el 10 pudo filtrar el peaje en el medio, y lo habilitó a Méndez, que desde la puerta del área, la clavó en un ángulo. Golazo.
Poco le duró la remontada al Taladro. Porque a los 22’, la indecisión de Bustamante, hizo que perdiera un tiempo para sacarla del área, y en eso, apareció el enano Moralez, que no sólo se la robó, sino que mandó un centro pasado al segundo palo, donde Martínez la empalmó casi cayéndose de zurda, y lo metió a Bologna con pelota y todo.
A Banfield carecía de acciones de juego en todas las líneas, que habitualmente, son sus virtudes. En defensa, y a espaldas de la línea de medios, los centrales no achicaban para hacer corto el terreno y los espacios, y le daban la chance de moverse, recibir y hasta encarar a los talentosos volantes velezanos. En el medio, Erviti absorbido, Sardella está para destruir más que para construir, y los aleros no perdían su línea, pensando en no descuidar el retroceso. Y arriba, Méndez ni se hacía socio con los del medio, ni tampoco lo era de Ramírez, debatiéndose ante los zagueros.
Eso sí, tenía el balón. Mal o bien, pero era poseso de la herramienta. Y desde ese dato objetivo, la postura era de irlo a buscar, y obligaba al Fortín a activar sus anticuerpos defensivos en versión repliegue. A los 14’, el que sorprendió entrando por el punto del penal fue el Chelo Bustamante, que entre un mar de piernas, fusiló a Barovero. Un niño prodigio de las huestes fortineras, le marcaba a su ex club, y vaya que lo celebró.
De la mano de la sapiencia, del entrar constantemente en la gestación del circuito en la mitad de cancha, el Burrito Martínez era el más destacado. Ni bien ingresado el Churri Cristaldo, el 7 bravo lo vio sólo a espaldas de Ladino, y el joven no escatimó en movimientos para eludir a Bologna y mandarla al fondo de la red.
Con ingresos que variaron el esquema, Vélez intentó cerrarle todos los caminos a un Banfield que, indefectiblemente caía en el facilismo de tirar como sea al área, para que se las arregle el Tito Ramírez contra toda la última línea de los de Villa Luro.
IVÁN ISOLANI
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