Los de naranja se arremolinan y se abrazan en manada regados por diferentes parcelas del césped. Es que acaban de echar a un coloso, al cuco Brasil que se ofrecía como el, a priori, impugnable vencedor de aquí al 11 de julio. Premio para Holanda, que en el ajedrez vio un hueco y centró toda su artillería en pos del triunfo, frente a un seleccionado que tuvo su mejor cara en la etapa inicial, pero ante la coyuntura del accionar, quedó pálido y sin maquillaje para una reacción.
En el juego de utilidades y esquemas, Robinho vio como Luis Fabiano sacaba a pasear a los centrales, y picó por el medio del área, Felipe Melo, desde su posición lo divisó y habilitó al punta, para que definiera de primera. Nadie lo vio, pero todos los sufrieron. Brasil pegaba primero, para imponer condiciones.
El aseo de la Canarinha, todos tras la línea del balón, hacía impasible su andar en el campo, incapaz de sufrir la grávida habilidad en los últimos metros que portaba el andamiaje holandés. Con su coto bien establecido y con las circunstancias como consecuencia de sus actos, Brasil esperaba respuestas del rival, una remontada, una recuperación. Mientras tanto, cambiaba capacidad individual por trabajo colectivo, por ser conciso pero con andariega postura.
Holanda maniatado, constreñido por el arte de la protección que profesaba Brasil. Con Robben empuñando en demasía de zurda, Bastos le negaba la paralela, y el retroceso de Kaká o Robinho para taparle el previsible regate hacia el medio. Van Persie anticipado en todo momento por los centrales, y Sneijder reducido por la oposición escalonada de Felipe Melo o Gilberto Silva. El semblante grupal y la disposición personal del Scratch era su ristre más valioso, para nada identificado con la retórica histórica de esas tierras, sino todo lo contrario. Un equipo repleto de contenidos y fundamentos preestablecidos que hace de su rival alguien apocado, de poca resolución y que va convirtiendo en algo amorfo.
A los 8’ del complemento, Sneijder envió un centro al bulto, y en la indecisión de Felipe Melo y la impericia de Julio Cesar para mandar en su finca por la vía aérea, y la pelota terminó ingresando irremediablemente. Este vituperio le permitió a la Naranja Mecánica, es cierto, sin méritos propios valederos ni juicios fundados en lo visto en la grama, pero con la gallardía y el amor propio que al fútbol tanto le encanta.
Este error provocó un cimbronazo en el andar brasilero. Lo puso a navegar en un completo mar de dudas, de preguntas que hasta la primera etapa las tenía bien claritas y determinadas. Esa oscuridad para uno fue la rebeldía, y la desatadura de las cadenas tácticas del otro. Porque Robben ya no tenía tanto antagonismo y gozaba de espacios para usufructuar sus cualidades, y junto a las apariciones de Sneijder, desde la organización, hacían de esta refriega, una riña entre pares en el Mandela Stadium.
A los 23’, de un corner de Robben al primer palo para distraer, pero bien sabía que la verdadera concentración de los cartuchos holandeses estaba por el fondo, donde entraban Van Persie y Sneijder. Y el hombre del Inter fue el que puso la cabeza para cambiarle el destino a la peinada de Van der Miel y vencer a un Julio Cesar estaqueado.
Tremolina en Puerto Elisabeth, porque caía un elefante. Porque Felipe Melo contribuía aún más a la descolocación verde amarela en el campo, al irse expulsado por un pisotón de mala fe. Porque el funcionamiento sin fisuras del primer tiempo, porfiado de sus bases y argumentos, no se asemejó en nada a esta manifestación de desesperación ante un escenario más que impensado.
En el juego de utilidades y esquemas, Robinho vio como Luis Fabiano sacaba a pasear a los centrales, y picó por el medio del área, Felipe Melo, desde su posición lo divisó y habilitó al punta, para que definiera de primera. Nadie lo vio, pero todos los sufrieron. Brasil pegaba primero, para imponer condiciones.
El aseo de la Canarinha, todos tras la línea del balón, hacía impasible su andar en el campo, incapaz de sufrir la grávida habilidad en los últimos metros que portaba el andamiaje holandés. Con su coto bien establecido y con las circunstancias como consecuencia de sus actos, Brasil esperaba respuestas del rival, una remontada, una recuperación. Mientras tanto, cambiaba capacidad individual por trabajo colectivo, por ser conciso pero con andariega postura.
Holanda maniatado, constreñido por el arte de la protección que profesaba Brasil. Con Robben empuñando en demasía de zurda, Bastos le negaba la paralela, y el retroceso de Kaká o Robinho para taparle el previsible regate hacia el medio. Van Persie anticipado en todo momento por los centrales, y Sneijder reducido por la oposición escalonada de Felipe Melo o Gilberto Silva. El semblante grupal y la disposición personal del Scratch era su ristre más valioso, para nada identificado con la retórica histórica de esas tierras, sino todo lo contrario. Un equipo repleto de contenidos y fundamentos preestablecidos que hace de su rival alguien apocado, de poca resolución y que va convirtiendo en algo amorfo.
A los 8’ del complemento, Sneijder envió un centro al bulto, y en la indecisión de Felipe Melo y la impericia de Julio Cesar para mandar en su finca por la vía aérea, y la pelota terminó ingresando irremediablemente. Este vituperio le permitió a la Naranja Mecánica, es cierto, sin méritos propios valederos ni juicios fundados en lo visto en la grama, pero con la gallardía y el amor propio que al fútbol tanto le encanta.
Este error provocó un cimbronazo en el andar brasilero. Lo puso a navegar en un completo mar de dudas, de preguntas que hasta la primera etapa las tenía bien claritas y determinadas. Esa oscuridad para uno fue la rebeldía, y la desatadura de las cadenas tácticas del otro. Porque Robben ya no tenía tanto antagonismo y gozaba de espacios para usufructuar sus cualidades, y junto a las apariciones de Sneijder, desde la organización, hacían de esta refriega, una riña entre pares en el Mandela Stadium.
A los 23’, de un corner de Robben al primer palo para distraer, pero bien sabía que la verdadera concentración de los cartuchos holandeses estaba por el fondo, donde entraban Van Persie y Sneijder. Y el hombre del Inter fue el que puso la cabeza para cambiarle el destino a la peinada de Van der Miel y vencer a un Julio Cesar estaqueado.
Tremolina en Puerto Elisabeth, porque caía un elefante. Porque Felipe Melo contribuía aún más a la descolocación verde amarela en el campo, al irse expulsado por un pisotón de mala fe. Porque el funcionamiento sin fisuras del primer tiempo, porfiado de sus bases y argumentos, no se asemejó en nada a esta manifestación de desesperación ante un escenario más que impensado.
IVÁN ISOLANI
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