
Con el orden como partitura, San Lorenzo no presionó en la latitud y longitud que trazaba el balón cuál estela despedía, sino que lo hizo en la geografía del terreno. Planteándolo desde la actitud, le mostró las calles por donde quería que el Xeneize lo atacara. Pero claro, se le solucionaron todos los problemas cuando el accionar de Boca rozaba la banquina, y los chispazos hacían enceguecer a las piezas de un rompecabezas con 0 repertorio.
Con Ribero y Benítez más ocupados en el correteo de los carrileros antagónicos, y los contenciones rígidos en el esqueleto táctico prediseñado por Ramón, no le daban muchas chances a Romagnoli para asociarse o buscar un guiño cómplice en la comarca de tres cuartos de cancha. Idéntico diagnóstico para el paciente Bostero, que no lastimaba por las venas laterales, ni encontraba una alternativa a la obvia tentación de los bochazos para las torres arriba. De Chávez ni noticias, y si se equivocaba Battaglia, cartón lleno.
Por la terraza, parecía la única manera de sacar frutos entre tanta mediocridad. Se lo había comido Viatri, cuando su anticipo golpeó de lleno con el ángulo izquierdo. A los 6’ del complemento, de una jugada a balón parado, Bottinelli –como extremo por la izquierda-, mandó un centro al punto más álgido del área chica xeneize, y el uruguayo Balsas cabeceó de empellón para marcar el primer gol.
El Cuervo, luego del gol, ya no manejaba con autoridad los destinos de la pelota. No es que fuera un director de escuela anticuado y riguroso, pero, a comparación de la primera etapa, se mostraba como una novel preceptora que veía como el alumnado cada vez le prepoteaba más la autoridad que hasta esos momentos ejercía.
Boca, con más de Boca que de Borghi, se agarraba del cansancio evidenciado por el Ciclón, y de a poco fue, con incógnitas en los modos de atacar, y con las mieles de suprimir la circulación de la bocha por la mitad del campo, y buscar irremediablemente con centros a Palermo y Viatri. Con los ingresos de Escudero y Mouche, cada uno por cada carril, la idea del cómo sea era un todo. Juez y parte del futuro inmediato del pálido xeneize.
Ya con todos jugando de cualquier cosa, intentando por motu propia salvar el barco, Boca se iba desvaneciendo en su misma resignación, en sus mismos deseos de ser algo que ni por asomo puede ni podrá alcanzar. Y en uno de esos inventos raros y a la vez inútiles, el yorugua Balsas, acalambrado de acá al Estadio Centenario, cabalgó 70 metros con la pelota sin oposición. Cuando el hombre que figuraba más cerca alcanzó a patrullar la zona, el lungo lo vio a Menseguez entrando por la puerta del área grande. Co toda la templanza de los que saben, el rayo la colocó en la ratonera derecha. Estéril la estirada de Luchetti.
Sólo quedó tiempo para que Palermo, en una de las pocas veces que entró al área rival –su ecosistema natural-, aprovechara una mala salida de Albil para marcar el descuento final.
IVÁN ISOLANI
abetsen@gmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario