Los ojos se convulsionan. Se rompen en pequeños trozos a causa del inquietante destello de lágrimas que abarca todo el globo ocular, y que amenaza con desparramarse inescrupulosamente por toda la cara. Pero, a nadie le interesa ese dejo de tibieza. Los trapos rojos se convierten en el mejor elemento de demostración de esa alegría. Porque hoy, ser de Independiente es ser del Rey de Copas, de bueyes perdidos que se resignifican en el Siglo XXI, y que hoy se vuelven a ver finalistas, invencibles. Y más, trs vencer al campeón.
Piensa. Vive. Juega y razona. La Liga hace todo eso y más. Además de concebirse como un todo, con cada uno de sus hombres imbuidos y movilizados dentro de una estructura, que pocas veces pierde su lozanía. Y a ese trabajo, al expurgamiento que le da ese tejido de labores en pos de un objetivo, el plus lo da la cadencia y el aplomo en este tipo de momentos y definiciones.
Ese aplomo de uno, relajado en su sector, se contraponía a los leves –pero contundentes- signos de algo interesante que se empezaba a gestarse en el local. La no furia y la cimentación del juego rojo, no iba en simultáneo con el griterío de la gente. Con el Pelado Gómez intentando estabilizarse a espaldas de alguno de los carrileros, y buscar complicidad para atacar en algún pique de los externos en carrera.
El partido que Bauza planteaba hasta los 27 minutos, corriendo en bloque y no dando puntada sin hilo entre el retroceso de los volantes y el achique de los del fondo. En la ofensiva, Barcos caritativo al oficiar de soporte para que la bocha descanse lejos de su trinchera. Pero, ese cristal perdió consistencia cuando Galeano al bajó al palo opuesto, y Facundo Parra terminó rematando a Zeballos para marcar el gol.
Luego del tanto, se justificaba en el desarrollo y en esos pequeños –pero contundentes- signos, que el resultado lo era todo. Porque Liga comenzaba a usar cada vez más cantidad de maquillaje para no perder definitivamente todos sus adeptos y concepciones básicas. Esa acritud era provocada y forzada por la sumatoria de argumentos, de pequeñas sociedades que validaban lo visto hasta el momento. Battión recuperaba y distribuía con criterio, Fredes se trasladaba de su posición céntrica hacia los costados para que sea en sus botines en donde descanse el equipo.
Pero, a poco de iniciado el tiempo de descuento, el fútbol premiaba al oportunismo, a quién no da nada sin resignar su destino. Salgueiro tuvo la chance de encarar, y generó un potente zurdazo que agarró haciendo los pasos de ajuste a Hilario, y la clavó a media altura. Un gol netamente psicológico para opacar y neutralizar el festejo rojo.
De poco le servía ese derroche del destino a la Liga. De arranque, el Pato Urrutia, en plena salida del equipo, le regaló el balón a Fredes, que avanzó 2 metros dentro del área y se la cruzó de zurda a Pancho Zeballos para devolver la tranquilidad. El volante se multiplicaba, estaba aquí y allá andariegamente, y era la clave superflua de la noche.
Con el resultado en su contra, el último campeón desplegó todo su arsenal. Con Miller Bolaños intentando aliarse con Reasco o Chila para destruir la resistencia que Independiente construía a partir del eje en el medio que era Battión, y con sus secuaces Fredes y Godoy. Mareque se acobachaba más cerquita del séquito de defensores y ya no pasaba tanto la línea del balón. Todos los embates de la Liga se erigían en confusos, luchados, ajenos a la simbología preconcebida por este mismo conjunto.
El pitazo del chileno Osses desató la algarabía, la fiesta consumada en los gritos de los miles de diablos que, vuelven a donde ellos siempre estuvieron, y que volverán a disfrutar.
Piensa. Vive. Juega y razona. La Liga hace todo eso y más. Además de concebirse como un todo, con cada uno de sus hombres imbuidos y movilizados dentro de una estructura, que pocas veces pierde su lozanía. Y a ese trabajo, al expurgamiento que le da ese tejido de labores en pos de un objetivo, el plus lo da la cadencia y el aplomo en este tipo de momentos y definiciones.
Ese aplomo de uno, relajado en su sector, se contraponía a los leves –pero contundentes- signos de algo interesante que se empezaba a gestarse en el local. La no furia y la cimentación del juego rojo, no iba en simultáneo con el griterío de la gente. Con el Pelado Gómez intentando estabilizarse a espaldas de alguno de los carrileros, y buscar complicidad para atacar en algún pique de los externos en carrera.
El partido que Bauza planteaba hasta los 27 minutos, corriendo en bloque y no dando puntada sin hilo entre el retroceso de los volantes y el achique de los del fondo. En la ofensiva, Barcos caritativo al oficiar de soporte para que la bocha descanse lejos de su trinchera. Pero, ese cristal perdió consistencia cuando Galeano al bajó al palo opuesto, y Facundo Parra terminó rematando a Zeballos para marcar el gol.
Luego del tanto, se justificaba en el desarrollo y en esos pequeños –pero contundentes- signos, que el resultado lo era todo. Porque Liga comenzaba a usar cada vez más cantidad de maquillaje para no perder definitivamente todos sus adeptos y concepciones básicas. Esa acritud era provocada y forzada por la sumatoria de argumentos, de pequeñas sociedades que validaban lo visto hasta el momento. Battión recuperaba y distribuía con criterio, Fredes se trasladaba de su posición céntrica hacia los costados para que sea en sus botines en donde descanse el equipo.
Pero, a poco de iniciado el tiempo de descuento, el fútbol premiaba al oportunismo, a quién no da nada sin resignar su destino. Salgueiro tuvo la chance de encarar, y generó un potente zurdazo que agarró haciendo los pasos de ajuste a Hilario, y la clavó a media altura. Un gol netamente psicológico para opacar y neutralizar el festejo rojo.
De poco le servía ese derroche del destino a la Liga. De arranque, el Pato Urrutia, en plena salida del equipo, le regaló el balón a Fredes, que avanzó 2 metros dentro del área y se la cruzó de zurda a Pancho Zeballos para devolver la tranquilidad. El volante se multiplicaba, estaba aquí y allá andariegamente, y era la clave superflua de la noche.
Con el resultado en su contra, el último campeón desplegó todo su arsenal. Con Miller Bolaños intentando aliarse con Reasco o Chila para destruir la resistencia que Independiente construía a partir del eje en el medio que era Battión, y con sus secuaces Fredes y Godoy. Mareque se acobachaba más cerquita del séquito de defensores y ya no pasaba tanto la línea del balón. Todos los embates de la Liga se erigían en confusos, luchados, ajenos a la simbología preconcebida por este mismo conjunto.
El pitazo del chileno Osses desató la algarabía, la fiesta consumada en los gritos de los miles de diablos que, vuelven a donde ellos siempre estuvieron, y que volverán a disfrutar.
IVÁN ISOLANI
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