2:07 EL INVIERNO CELESTE Y BLANCO



Un seleccionado que no es un equipo. Un técnico que no produce efectos positivos en los partidos. Una idea que se agota porque los que la llevan a cabo la quieren implementar como lo hacen en los entrenamientos, enfrentando a conitos y moviéndose en cámara lenta. Así luce la Argentina. Apático, frío e inconexo. La filosofía de juego versus la verosimilitud en el fuero interno de cada jugador. Jugar lindo o jugar inteligente, exprimiendo al máximo los potenciales de cada uno y asociándolo a un todo. Hoy por hoy, el combinado dirigido por Checho Batista juega al o que le sale, y el resultado se ve dentro y fuera de la cancha. Otro empate. Sabor a nada.
La Argentina es un conjunto diseñado para jugar, para gestionarse su circuito de juego en base a la rapidez ejecutada en plena rotación y riegue de las fichas por todo el campo. Pero como por todos los sectores hace agua, el seleccionado continuó esta noche, fundamental, militando en el mismo ejército que frente a Bolivia, o con esa junta de solteros y casados que deambuló perdiendo ante Nigeria y Polonia. Anhela galardones ajenos y guerrea contra el rival, siempre presente en 90 minutos oficiales, y contra sí misma.
Colombia, aplicada en su andar y con la mirada puesta en no perder su objetivo primordial, conservar todo como arrancó. Así fueron felices. Pero los nuestros, tibios, aburguesados, con la rigidez que sólo los europeos nativos demuestran. Por lo que se vio, intentó construir su circuito de juego y basar su idea a kilómetros largos de distancia de la filosofía teorizada, esa que hace del balón una herramienta práctica para bien utilizarla. Banega y Cambiasso, que hasta ahora no entendieron su función ni hacia delante como hacia atrás, pero como son originarios de la contención, se contentaron con equilibrar la zona media y poblar los costados de Mascherano. Al no sumar los laterales para descongestionar los carriles para que los extremos se muevan con cierto criterio ofensivo, trazando diagonales para tener una referencia neta dentro del área que irrumpa por sorpresa, el fundamentalismo de este paradigma de juego comenzó a deshilacharse.
Por grandes porciones del encuentro, ni las corazonadas de los jugadores, esas que nacen en los potreros más humildes y recónditos de la humanidad, estuvieron de nuestro lado. Y como los actos son nuestros símbolos, nos representan, se vio un equipo –con el perdón de la palabra- agotado en sus propias limitaciones. Una versión de una sola cara. Rotar no sólo el balón, que siempre termina sufrido y extenuado, sino juntarse para ser opción, salida y descanso del compañero en apuros. Messi, acostumbrado a tener servido el plato para tener que ejecutar la faena, acá tiene que ser el huevo y la gallina, iniciador y culminador. Y como no es ninguna de las dos cosas, hoy terminó a 30 metros del puesto donde el rótulo que Batista le dio se debería mover, en muchas ocasiones, como doble cinco.
Argentina nunca se asoció, todo lo inverso, suprimió toda movilidad y acto de rebeldía a través de bochazos y aislamientos bien controlados y neutralizados por los cafeteros, contra una apatía que fue ganando adeptos primero de manera individual para luego hacerse un fin colectivo. El toque se fue deprimiendo para terminar en un toquecito inservible, ni para avanzar ni para romper con la propuesta colombiana de achicar espacios en las zonas propias. Monótono y en primera velocidad, desde el sector medio, donde la cabeza debe permanecer fría para hacer control de la bola y desde ahí, ser el búnker de operaciones para trazar estrategias convincentes y, sobre todo efectivas, estos 11, de no mediar ninguna variable/plan b para semejante abulia, continuará haciéndonos creer que, son los mejores jugadores los nuestros, pero vistos en resúmenes deportivos en televisión. Juntos, no somos nada.

 

 
IVÁN ISOLANI