22:49 EL DECANO DICTÓ CÁTEDRA EN EL MONUMENTAL


Muchos lo intentaron, pero algo del plan siempre les terminó saliendo mal. O por alguna aparición individual, River siempre terminaba pasándola raspando. Hoy se conjugaron dos cosas determinantes: una actuación íntegramente perfecta de Atlético Tucumán, y la impotencia mezclada con serios asteriscos en todas las líneas -especialmente en la retaguardia- del Millonario. Una banda. Hoy River fue una banda, que pereció ante un conjunto enfocado en lo suyo, presideñado para explotar los errores del rival y maximizar esas falencias.
Incómodo, desatento, tan propenso al error que quedaron retratados en los goles tucumanos, desaciertos en lo individual como el andamiaje colectivo. El encuentro fue como un reloj de arena, con todo el peso de un lado, y el otro completa y notoriamente vacío.
River no defendió ni tampoco forjó esa agresividad en ataque demostrada en Jujuy. Padeció todos y cada uno de los movimientos estudiados de la visita. El mediocampo tucumano, lejos de estar estático, buscó y logró entorpecer el rápido tránsito del circuito millonario de mitad de cancha hacia delante. Con Iuvalé como el bastión más retrasado para barrenar hacia los costados por si era superada la primera y más importante de las líneas conceptuales del equipo, la presión constante sobre los encargados de llevar adelante la transición millonaria hacia posiciones ofensivas.
A los 14’, Atlético apostó a replegarse y atraer al rival, para que sume a los laterales al ataque y, poder salir de contra y jugar a los espacios vacíos. La inició Barrado por el centro abriendo para la derecha, donde Montiglio comandó el raid que culminó con un pase entre a espaldas de Maidana para Luis la Pulga Rodríguez, que  definió cruzado ante el inútil cierre de Román y la poca oposición de Chichizola. Emplazado en la actitud colectiva, con mucha contrición para pelar cada pelota con vehemencia, Atlético Tucumán parecía encontrarle la mano a uno de los punteros del certamen.
Y a los 23’, un error que sólo comenten los faltos de minutos como el paraguayo Román, que la quiso parar y la pelota le pasó por debajo de la suela, y con suma tranquilidad, Montiglio la paró y definió de zurda al primera palo. Se pellizcaban en la tribuna los casi 4 mil tucumanos. Un planteo milimétrico, pergeñado por el Chocho Llop a la medida de las circunstancias, identificando los sectores por donde vulnerar al contrario, maximizando los errores en la transición a posiciones defensivas, sobre todo por los carriles.
El Millo quiso ser agresivo, pero la presión a la yugular misma del génesis de su circuito de juego, desnudó todas las falencias de un equipo diseñado para ser el protagonista en la tenencia de la pelota, y desde ahí disponer de las variables del juego. Un compendio de equivocaciones groseras, algunas voluntarias y otras provocadas por la inquietud del Decano, que al estar siempre presente para atosigar al portador del balón en todo momento, logró lo que nadie había logrado, quitarle el chiche preferido al equipo de Almeyda, la pelota. No se la disputó, fue más allá, se la tomó sin mediar si quisiera permiso.
Cuando el DT metió el volantazo natural ante semejante primer tiempo, el equipo de Núñez obtuvo la posesión y los medios para merodear el área de Ischuk, pero nunca pudo enhebrar situaciones medianamente comprometedoras para la cómoda distancia en el marcador. Producto de la impericia y la falta de argumentos del equipo, que movía el árbol y no caía nada, y también por mérito de las gestiones defensivas del conjunto tucumano, que cuando el físico se desgastó, apeló al ensamble de las dos líneas de 4 para crear anticuerpos defensivos y eyectar al estrellato a los centrales, fajándose con todo y todos tanto Mosset como el uruguayo Barone.


IVÁN ISOLANI
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