0:30 EL FORTÍN ECUATORIANO



Sólido, ordenado, despreocupado y sin cambiar de planes ante la impaciencia del rival, Liga de Quito parece reinventarse todo el tiempo. Cuando se le achacaba que había perdido frescura, que cuando salía de la tan temida altura perdía peso y se desinflaba, sostuvo a rajatabla el plan anti remontada de Vélez y se metió en una nueva final continental. Con el Equi González maduro y preciso para comandar los hilos del equipo, y un punta letal como Hernán Barcos, el equipo dirigido por Edgardo Bauza se hizo más patrón –y patón- en el continente, y dejó en el umbral de la final al conjunto velezano.
El partido estuvo clarito desde el minuto 0. Los roles también. Vélez debía ser el actor principal, con la necesidad de ser vertical, ahorrando y abreviando los caminos de la búsqueda del arco rival. Y la Liga, sabido del colchón de goles hechos en Ecuador, iba a sacar a relucir todos los recaudos y previsiones del caso para maximizar los anticuerpos en la cercanía del área del gigante Domínguez.
Esa línea de 3 centrales, más Reasco y Ambrossi que jamás se despegaron, formaban la última barricada, la que entraba en vigencia cuando los volantes no tan alejados para no permitir espacios en la zona de gestación del circuito de Vélez y depurarle la fase de toques verticales. Augusto y Papa, que comenzaron siendo los extremos habituales apurando y haciendo ancho el terreno, terminaron cayendo en la intrascendencia del embudo hacia el medio, lugar donde Canteros no encontró su lugar para conducir los hilos, y entre Zapata y Cerro no supieron cómo hacerse ejes.
De tanto tener la pelota en su poder, Vélez fue mostrando progresivamente sus carencias a la hora de construir y forjar los avances. Situaciones no le faltaron, pero en la vorágine de hacer primero el segundo antes que el descuento, cayó en la tensión y el nerviosismo del reloj, y eso se le trasladó a los pies, que comenzaron a fallar hasta provocar impaciencia.  Y veía como, el muro de gente escalonada que imponía Liga en pocos metros del campo de los primeros minutos, ya era una colina cuesta arriba. Y en ese juego, lo propuesto por la visita, al Fortín lo movilizaba en su peor debilidad: el carácter para sobreponerse ante las adversidades.
Con un gol, Vélez se ponía a tono, pero parecía haber pasado el tren de las chances, con lo marrado en la primera etapa. Y encima, el cierre de la función vino de arranque nomás en el complemento, el beso del adiós para los de Gareca. Reasco se animó a salir de la cueva, y mandó un centro a media altura al punto del penal, para que Barcos molestara a los centrales en su afán de sacarla de ahí. Domínguez le pifió feo y le cayó al goleador, que la paró con la marca de Cubero encima, y definió de pleno empeine cruzado ante la volada inútil y estéril de Barovero.
Fin de la cuestión. El resto de los minutos sirvió para demostrar la templanza de un equipo, laburado, equilibrado y con un aplomo para emanar mística, contra otro muy buen equipo, que todavía no sabe o no puede cruzar el umbral y demostrar que está para dar el salto. 



IVÁN ISOLANI
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