11:50 EMBOCADOS

En un clásico caliente, más corrido y resistido en propio campo que mejor jugado o buscado. Boca volvió al triunfo en la era Pompei, al derrotar 2 por 0 a San Lorenzo de Almagro en La Bombonera. Los goles lo anotaron Matías Giménez ni bien comenzado el encuentro, y el Titán Martín Palermo, luego de una tremenda cesión de Román Riquelme.
Ni bien iniciadas las acciones, de un corner abierto de Riquelme al primer palo, se adelantó Matías Giménez al jugador sobrante en la zona, y sorprendió a un Migliore estático en la línea del arco. El bosquejo que había diseñado el Gallego Méndez para crear los anticuerpos necesarios y funcionales ante las habilidades del Xeneize, se desvanecía en la primera de cambio.
Ese combate propuesto y llevado a cabo con la estrechez de las dos líneas de cuatro, ya de poco servía, porque el Chaco Torres y Leiva no contenían ni recuperaban, y cuando se hacían del balón no sabían cómo hilar a ese bloque a los puntas. La idea era clara: dejar venir al nivel y salir de contra mediante pelotazos largos.
Sin el balón, se disponía el Santo bien plantado en cu campo, esperando y presionando para no dejar huecos libres. Cercado Riquelme por los dos contenciones, el negocio estaba en la sencillez de Medel en el primer pase, y la movilidad y traslado de Chávez y Giménez por los carriles.
Lo del cuadro de Pompei no fue de lo más lucido, ni tampoco decisivo. Era el gran dominador del balón, pero sus hombres no tomaban buenas decisiones en los momentos claves. Los carrileros –corriendo mucho y a veces desproporcionadamente a lo que el juego pedía-, Riquelme en piloto automático, la identidad futbolística del Xeneize no estaba para nada pura, pero aún así y todo había encontrado algunas zonas de conflicto en donde llenar de dudas al rígido azulgrana.
En el complemento, Menseguez intentó hacer ruido con su velocísima gambeta, aprovechando la complicidad del Papu Gómez para posicionarse a espaldas de Monzón. Pero era sólo eso, un intento sin apoyatura en sus compañeros, y por ende, quedaba en poco.
La actitud del Santo era otra. Corría en función de provocar el error en el rival, intensificaba su andamiaje para robar la pelota en plena salida y agarrar a la última línea en servir problemas. Aureliano a espaldas de Chávez ganaba de lo que perdía, y a través del ensanchamiento del campo y el aprovechamiento de las bandas, buscaba la igualdad.
A los 26, Monzón robó un balón en la zona del círculo central y habilitó a Román, que con su justeza vio a Martín Palermo, que como venía la calzó de zurda y venció a Migliore. Gran abrazo del 9 y del 10 para unirse y agrandar el resultado. Boca -sin quererla ni beberla en absoluto- lograba tan fácil lo que a San Lorenzo le había costado sangre, sudor y lágrimas.
Ya con pocas piernas y resignado ante el toqueteo de Boca, el Cuervo fue apagándose lentamente y despidiéndose de sus posibilidades de empatar.
IVÁN ISOLANI