11:55 EN LAS PUERTAS NOMÁS

Cómo se explica, que la mezquindad -en completo plan de seducción como la eficacia – predominen por sobre la entrega, por sobre el amplio repertorio de chances y por la supremacía de uno sobre el otro. Pero ahí está lo improbable e inconmensurable del fútbol, en donde Chivas llegó en los 180 minutos de juego 3 veces y convirtió full, y Vélez, con agallas, con poco raciocinio pero con una enjundia afanosa por remontar esa goleada importada del DF y con tantas ocasiones a su favor, aún así quedó afuera.
Ya de arranque, la vuelta del goleador Santiago Silva encendió rápidamente las alarmas de la esperanza. Se adelantó con su cabeza a todos los defensores y le cambió el palo al arquero Liborio Sánchez. Un gol desde el vestuario para hincar la remontada.
Reaccionariamente al vértigo con gol incluido del Fortín, Chivas resguardó a su terceto defensivo y le anexó a los que inicialmente fueron carrileros, reagrupándose en una línea de 5, y otra de 3 volantes un tanto más despegada, pero sin perder el eje de referencia de sus espaldas y la frontalidad de los atacantes con el arco.
Papa y Díaz, definitivamente como aleros, a los costados de Somoza y Zapata, tenían el ecuador del campo como clara señal de las tareas en ambas duelas. En ataque debían de ser profundos y abastecer a los tanques dentro del área. Y en el retroceso, no descuidar ni espaldas ni otorgar espacios.
Por convicción y obligación, el conjunto velezano fue poseedor absoluto del balón y del campo para armar su estrategia y distribuir soldados por todo el frente de ataque. Ancho y con buen ritmo, el círculo central no era aduana para la pulcritud en los pases de Somoza o Zapata, en la búsqueda de los incansables Silva y López bien metidos sobre la línea defensiva.
El tanque indomable, López entregado a la causa y Moralez inquieto buscando generar recovecos para generar cosas. Equipo por momentos sólo uno jugó, y el otro se resignó sólo a la cobertura de huecos, a la creación de anticuerpos en defensa y a endosar la zona de medios a la de defensores.
El Guadalajara, demasiado flaco en su intento de mantenerse de pie, encontraba en la materialidad de su arquero Sánchez, a la única y real oposición firme de la serie. Chilenas de Otamendi, cabezazos de Silva o buscapiés de la amplia flota de llegadores velezanos desfilaron por toda la longitud de la primera etapa. Pero al duelo entre Vélez y Sánchez, en los rounds de apertura los ganó el golero.
En el complemento, el reloj y el microclima de la gente ya no eran tan amistosos, y el equipo se nublaba en la toma de decisiones –sobretodo en la cercanía del área- con la entrada del Burrito Martínez como extremo por derecha, Maxi martillando por la izquierda buscando abrirle terreno de desmarques y anticipo a los uruguayos en la zona de definición.
En la desesperación por una eliminación cada vez más inmediata, Ricky Alvarez fue una bocanada de aire joven, pero apenas fueron unos momentos en un partido ya empantanado, ya regido por el cómo sea y la no utilización de la facultad del pensar.
La llamita de ilusión y el premio a la entrega llegó faltando tan sólo un minuto, cuando el Roly Zárate saltó más que todos y acortó distancias. Pero no alcanzó. Los errores en defensa en los primeros 90’, y la falla en la toma de decisiones para plasmar en el resultado toda la supremacía ejercida en el encuentro. Y sumado a la tremenda actuación de Vicente Sánchez, hicieron que un equipo como Chivas, con pocos argumentos en ambos costados del campo, terminara pasando a los Cuartos de Final.
El resultado, lo de menos. Los aplausos y la reverencia del público ante lo expuesto dentro de las líneas de cal, ofician de un impotente consuelo.
IVÁN ISOLANI