El trono vuelve al rey. La butaca, ocupada por otros terratenientes, esta vez, ha sido devuelta a su dueño. Aquel que ya parecía irse olvidando de disputar este tipo de ocasiones, y que veía como otros se pavoneaban en cosas que sólo a unos pocos les correspondía.
Hasta que, de pronto, y contraviniendo a la razón que lo condenaba a un semestre magro lleno de desilusiones y prisiones a los gritos callados por las derrotas. Pero hoy, esos gritos de otras generaciones, resuenan y se hacen eco en el aquí y ahora. Independiente ha vuelto. Ha resurgido como el ave fénix, como un gladiador que ve un hueco y saca un manotazo fulminante. Independiente campeón de la Copa Sudamericana.
Toda esta historia comenzaba en una de las tantas jugadas preparadas que el Turco porta en sus adentros, de Mareque para el Patito Rodríguez, que mandó al corazón del área. Lo tuvo en primera instancia Matheu, pero el arquero Harlei hizo el milagro de manotearla, y la dejó a merced de Julián Velázquez que sólo tuvo que empujarla para encender el fuego en la Caldera.
Poco duraba la alegría, porque 2 minutos después, Wellington Saci la tiró larga y ganó por velocidad y determinación ante Tuzzio, y envió un buen centro para la entrada de Rafael Moura, que saltó por detrás de la humanidad de un Julián Velázquez desacomodado por la circunstancia del retroceso, y cabeceó de emboquillada al mismo palo desde donde recibió el envío.
Se tornaba irresistible el transcurrir de cada minuto, porque las acciones inundaban y revestían de un hermetismo absoluto a los arreviques. Los brasileros, shockeados, superados por el nerviosismo del climax, y un Independiente arremetía con mucha enjundia y desparpajo. Poco le importaba el cómo, los argumentos en donde sustentar la heroica. Tan sólo iba, porque lo sentía y por ese instinto se lo llevaba a la rastra.
A los 27’, el desprendimiento de Fredes le rompió los esquemas al Goiás, y tras una cesión un tanto larga para el pique del Patito, Ernando la intentó despejar pero, casualidad o goleador, Facundo Parra alcanzó a tocarla para que se le metiera por encima a Harlei. Otra vez la serie se ponía a tiro, por el tesón y la no convencional manera de vulnerar la resistencia pequeñita que amagaba la visita.
Y como para continuar presionando con gallardía. A los 32’, un centro de Rodríguez para que entre Parra y Marcao encarnen los antiguos titanes en el ring, y desde el piso, y con una repentización de los que están dulces, el punta la empalmó con la diestra para poner el tercero de la noche, y emparejar las cosas en el global.
Todo hacía suponer que en el complemento, la rabia no se extinguiría, y que el Rojo lograría poder quebrantar la floja defensa que ya había comprobado minutos antes. Pero, con el devenir de los minutos, con las revoluciones que no bajaban y la tensión crecía, las piernas de a poco fueron comenzando a escasear.
Fredes ya no era ese híbrido entre complementarse para la lucha con Battión, ni tampoco tenía resto para buscar la sociedad con los encargados de engendrar el juego. Mareque y Cabrera, cansados, ya no iban todos los tiros, y, elegían ser más conservadores sabiendo la velocidad de los carrileros del Goiás. Y arriba, Parra ya no encontraba la compañía en Gracián para descargar e ir a buscar.
Y Goiás se fue soltando. Con poco, pero basado en la diferencia física, y con Rafael Moura peleando y guapeando todas en soledad, el conjunto del Brasil arrimaba a las huestes de Hilario. Llegó el suplementario, y definitivamente las piernas se negaban a correr, no obedecían para nada. Esta contienda se tenía que definir por puntos.
En los penales, todo iba de acierto en acierto hasta que, el ingresado Felipe pateó de arrastrón y la pelota pegó en el palo. El último y decisivo lo pateó Tuzzio, que no correspondió con su prototipo de jugador aguerrido, la clavó en un ángulo para devolverle el trono al Rey.
Hasta que, de pronto, y contraviniendo a la razón que lo condenaba a un semestre magro lleno de desilusiones y prisiones a los gritos callados por las derrotas. Pero hoy, esos gritos de otras generaciones, resuenan y se hacen eco en el aquí y ahora. Independiente ha vuelto. Ha resurgido como el ave fénix, como un gladiador que ve un hueco y saca un manotazo fulminante. Independiente campeón de la Copa Sudamericana.
Toda esta historia comenzaba en una de las tantas jugadas preparadas que el Turco porta en sus adentros, de Mareque para el Patito Rodríguez, que mandó al corazón del área. Lo tuvo en primera instancia Matheu, pero el arquero Harlei hizo el milagro de manotearla, y la dejó a merced de Julián Velázquez que sólo tuvo que empujarla para encender el fuego en la Caldera.
Poco duraba la alegría, porque 2 minutos después, Wellington Saci la tiró larga y ganó por velocidad y determinación ante Tuzzio, y envió un buen centro para la entrada de Rafael Moura, que saltó por detrás de la humanidad de un Julián Velázquez desacomodado por la circunstancia del retroceso, y cabeceó de emboquillada al mismo palo desde donde recibió el envío.
Se tornaba irresistible el transcurrir de cada minuto, porque las acciones inundaban y revestían de un hermetismo absoluto a los arreviques. Los brasileros, shockeados, superados por el nerviosismo del climax, y un Independiente arremetía con mucha enjundia y desparpajo. Poco le importaba el cómo, los argumentos en donde sustentar la heroica. Tan sólo iba, porque lo sentía y por ese instinto se lo llevaba a la rastra.
A los 27’, el desprendimiento de Fredes le rompió los esquemas al Goiás, y tras una cesión un tanto larga para el pique del Patito, Ernando la intentó despejar pero, casualidad o goleador, Facundo Parra alcanzó a tocarla para que se le metiera por encima a Harlei. Otra vez la serie se ponía a tiro, por el tesón y la no convencional manera de vulnerar la resistencia pequeñita que amagaba la visita.
Y como para continuar presionando con gallardía. A los 32’, un centro de Rodríguez para que entre Parra y Marcao encarnen los antiguos titanes en el ring, y desde el piso, y con una repentización de los que están dulces, el punta la empalmó con la diestra para poner el tercero de la noche, y emparejar las cosas en el global.
Todo hacía suponer que en el complemento, la rabia no se extinguiría, y que el Rojo lograría poder quebrantar la floja defensa que ya había comprobado minutos antes. Pero, con el devenir de los minutos, con las revoluciones que no bajaban y la tensión crecía, las piernas de a poco fueron comenzando a escasear.
Fredes ya no era ese híbrido entre complementarse para la lucha con Battión, ni tampoco tenía resto para buscar la sociedad con los encargados de engendrar el juego. Mareque y Cabrera, cansados, ya no iban todos los tiros, y, elegían ser más conservadores sabiendo la velocidad de los carrileros del Goiás. Y arriba, Parra ya no encontraba la compañía en Gracián para descargar e ir a buscar.
Y Goiás se fue soltando. Con poco, pero basado en la diferencia física, y con Rafael Moura peleando y guapeando todas en soledad, el conjunto del Brasil arrimaba a las huestes de Hilario. Llegó el suplementario, y definitivamente las piernas se negaban a correr, no obedecían para nada. Esta contienda se tenía que definir por puntos.
En los penales, todo iba de acierto en acierto hasta que, el ingresado Felipe pateó de arrastrón y la pelota pegó en el palo. El último y decisivo lo pateó Tuzzio, que no correspondió con su prototipo de jugador aguerrido, la clavó en un ángulo para devolverle el trono al Rey.
IVÁN ISOLANI
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