22:50 EL DÍA DEL ARQUERO


Un error de ellos, es gol del contrario. Si nos rigiéramos sólo por desaciertos tanto de Campestrini como de Luchetti, el partido hubiera finalizado también en empate. Ambos tropezaron con la misma piedra, y le dieron al rival un poroto en el marcador. Salidas en falso en centros al corazón del área, su condominio personalizado, todo respaldado por defensas que en vez de dar seguridad, oficiaron de RRPP para los delanteros, Arsenal y Boca igualaron en el Viaducto de Sarandí en 2.
Boca, desde el inicio del encuentro, tenía como premisa el tratar de moverse en bloque, respaldando el esfuerzo físico individual con la estructura colectiva. Con Erviti más acoplado a la zona del primer pase del equipo, retrasado casi a la par de Somoza, Boca progresaba con pases cortos carentes de ambición, buscando el momento o la ruptura de los aleros por las bandas.
Arsenal, armado para pelear en la mitad de cancha, haciendo el pasto para poder, en primera medida, neutralizar esas sociedades nacientes del doble pívot y con destino en la amplitud del terreno con Chávez o Colazzo. Y cuando Marcone, el mediocampista con el punto de partida más cercano a la última línea, lograba su propósito de recuperarla, Álvarez se adelantaba y se ubicaba a espaldas de Colazzo, para encarar junto a Adrián González a Monzón.
Alguna que otra intervención del Pochi Chávez, pero demasiado poco para enarbolar algún atisbo de fútbol. Mouche tan poco convencido de encarar, y tener éxito en su empresa, Somoza sólo ante la población de los espacios libres que intentaba Arsenal cuando podía estacionar su línea media en campo rival. Ese toqueteo que no sacudía de la modorra, era posesión cuantificada, pero no cualificada Subían los laterales, pero todos parecían picarle –o alejársele-. Y así, Arsenal, con limitaciones, conociendo sus pro y sus contra, sacaba provecho de los errores que Alfaro le había detectado al conjunto Xeneize en la semana.
Había avisado el conjunto del Viaducto, que desde los costados hacia el centro era peligroso, con los grandotes Blanco y Óbolo. A los 24 minutos, el Pelado Álvarez tuvo pista libre para pasar al ataque por su sector, y aprovechando que González se elevó a la rastra a Monzón, le dio tiempo al lateral para que ubicara dentro del área chica al goleador Iván Óbolo, que se elevó más que a todos y clavó un cabezazo a media altura pegada al poste. Es increíble cómo, tanto Caruso como el Chaco Insaurralde, no ganan nunca por la vía aérea, y viven imantados y demasiado preocupados y pendientes por mirar la trayectoria del balón, y de esa falla conceptual, animales del gol como Óbolo, sacan máxima rentabilidad y facturan.
Falcioni ponía en cancha a Viatri para acompañar a Palermo, bien hundidos contra la dupla de centrales, y abría bien a Mouche por la izquierda. Y en la primera que el 7 se convenció de desbordar, sacó un centro picante que se fue alejando de la mala salida de Campestrini, y por el fondo, madrugó al arquero y a Aguilar Viatri, que terminó cabeceando al arco vacío para empatar.
Poco duraron las expectativas de la visita, porque en la jornada en la que los errores de los guardametas fueron protagonistas, el Laucha Luchetti, vaya a saber si convencido de su velocidad de piernas o de la extensión de sus brazos, salió lejísimos a ver si podía despejar un envío de Álvarez, y terminó dándole la chance del gol a Lisandro López, que casi desde el punto del penal saltó un segundo antes que Carusso y que el propio golero, y puso el segundo. Un error garrafal, una copia fidedigna de lo hecho por Campestrini en el gol de Viatri, para devolverle los 3 puntos de oro al conjunto de Sarandí en su lucha por salir de la pelea por la promoción.
Sin lograr colectivamente un rendimiento apropiado, ni tener un patrón claro de juego, sólo quedaba el costado individual. Mouche, que encarando es un fenómeno, pero no conoce de diagonales al gol, tocó y picó al vacío, y luego de recibir un jugoso pase de emboquillada de Somoza, la alcanzó a puntear ante la salida de Campestrini para poner cifras definitivas al resultado.

 

 
IVÁN ISOLANI