17:11 Y UN DÍA, AL LOBO SE LE AVIVÓ CAPERUCITA



La tercera fue la vencida. Esta vez no fue Rafaela. Pero a Gimnasia se le terminaron las vidas. Los Santos bajaron a la tierra para mostrarle que ésta era la última bala en el tambor. San Martín, sabiéndose inferior en su condición, apeló al trabajo colectivo, a moverse en un todo y no ceder ante la presión del Lobo Platense. Lo ganaba desde el minuto 1, cuando Penco acallaba a las miles de almas que se agolparon para ver una nueva redención en su estadio, y ver cómo el ídolo Guillermo se despedía. No alcanzó su experiencia, el tesón de Rinaudo para correr a todos. En definitiva, los resultados deportivos no pueden escaparle, en las promociones, a las realidades de los clubes.
Madrugador pero puntual el goleador. Con aplomo, y sin perder contundencia, Sebastián Penco –luego expulsado- sacudía la fría tarde platense, cuando rompía la presión de Fontanello con una diagonal a espaldas del otro central y, muy bien encontrado por Federico Poggi, definía por encima del cuerpo del Mono Monetti. La redondita, imparcial y neutral, no se amedrentó en su lenta marcha hacia la red. Silencio sepulcral en el Bosque ante el prematuro sopapo del Sanjua.
Individual, pero respaldado por un todo, por el laburo colectivo, el Santo jugaba tranquilo. En los sectores más relevantes, los hombres de San Martín se imponían a los arrestos, cada vez más forzados, de Gimnasia por elucubrar un proyecto de llegada. Los zagueros se encargaban de tomar escalonadamente a Córdoba, entre Alderete y Videla, una pareja de contenciones que rara vez quedaban a contramano de las jugadas, pero que también demostraban buena fluidez en la transición de defensa a ataque. Quiroga, hasta que se agotó, alternaba por las bandas con Poggi, el más inteligente para buscar los caminos, y con la presencia de Penco y las diagonales de Roberval ante el estatismo del fondo tripero.
Guillermo ponía toda su experiencia, Rinaudo se fajaba para cubrir todas las zonas y hacer todos los relevos, alguna que otra intervención del Pata Castro, pero el Lobo no salía de una conjunción de esfuerzos, de situaciones forzadas para ir avanzando en el terreno. No era sencilla la empresa, teniendo en frente una estructura bien diseñada por Garnero, y mejor llevada al campo por los jugadores.
Ya en el complemento, los nervios y el goteo de los minutos alejaban al equipo del juego elaborado, y también del arco de Pocrnjic. Vizcarra en cancha tampoco era solución para un ataque escaso de potencia, y diluido por la labor de los 4 del fondo sanjuanino. El trámite nunca le hizo un guiño al de Primera División, le fue esquivo desde el minuto 1, leyendo mejor el encuentro San Martín, y basándose en el esfuerzo en conjunto.
No alcanzaba a reorganizarse Gimnasia tras la expulsión de Casco, que el Pepe Vizcarra, fuera de su zona de influencia, desenfundó un misil que se desvió en Zamponi y se metió por encima del cuerpo de Pocrnjic. Un hombre menos, luego en igualdad de condiciones, con los centrales en propio campo más Fito Rinaudo, el resto todo volcado en pos de ser más tripero que nunca, y hacer de ídem corazón. Corazón que volvía a latir en las tribunas, pero que el tiempo ya no le dio más tiempo.
Una situación que, paralelamente a la trazada por River, tiene los mismos síntomas. Este descenso no es por hoy o por ayer una condena injusta. En el entramado, en la cocina de esta institución, hay varios años de desaciertos, y ya dos vidas perdonadas. La tercera, como la ley de Murphy dice, fue la vencida.

 

 

IVÁN ISOLANI