23:46 AY CELESTE REGALAME UN SOL



“Hay algo que sigue vivo nos renueva la ilusión y en el último suspiro el momento ya llegó con los dientes apretados cielo de un solo color en el alma está guardado.” La letra de No te va Gustar lo ejemplifica todo. El sentir de un pueblo, el latir de un corazón celeste. El que quiera fútbol de avanzada, con el desdoble entre marcar y jugar. El que desee encontrar superioridad física, con volantes que no se paran nunca a tomar aire, y que no se pierden en un individualismo para salir a perderse en una presión sin cobertura grupal. Y sobre todo, lo que más coyuntural resulta, es notar la garra que ponen, la actitud y aptitud para que cada pelota signifique la última. Uruguay combina la sangre rioplatense, el hervor para salir a comerse al rival de turno, y no renunciar a una idea de juego, que va desde el trabar hasta llegar tocando con simpleza a las barbas contrarias. Uruguay que no ni nó.  
Una constante en todo el torneo, solidarios los uruguayos y solitarios los peruanos. La Celeste, presionando y con superioridad numérica al transportador hasta ahogarlo u obligarlo a que descargue apurado. Concentrado, luchando y prevaleciendo en todas las circunstancias. Con los pacmans Arévalo Ríos y Gargano patrullando y desplegándose a destajo, contribuyendo y entregándose para no desentonar los Álvaro, el Tata por derecha y Pereira por la izquierda.
Para rescatar, el convencimiento de ambos por el sentido colectivo. Todos programados y con la interiorización ya digerida para retroceder y cambiar el chip para pasar la línea del balón y defender. Con mayor cercanía y celosía de parte de los uruguayos, y dejando hacer más por parte de los incaicos. Es por eso que, jugadores mal tomados como Palito Pereira o Gargano, eran permanentes apoyos en las inmediaciones del área para erigirse como variantes para que los puntas no queden aislados contra la defensa contraria, como sí le pasó durante grandes períodos a Paolo Guerrero, bien tomado de cerca por Lugano y la custodia visual e Coates.
La cancha pedía media distancia. Un pasto disfrazado superficialmente, porque en cuanto se lo exigía, enseguida se levantaba y cedía. Más el agua acumulada, hacía un combo dificultoso para los arqueros, y un arma muy poderosa para los ejecutantes de calidad y peso. El máximo exponente en cancha, Diego Forlán, fue hamacándose de la derecha al centro, y como no le hace asco a nada, desenfundó de zurda un remate esquinado a media altura, que Fernández alcanzó a despejar a un costado antes que picara, y de ese rebote, Luis Suárez, vaya a saber por qué rendija, se las ingenió para filtrar por entre el achique del arquero y el palo, para abrir la cuenta.
Perú, que había salido en el complemento más adelantado en el campo, buscando pelearle con mayor decisión y apego a los desplazamientos físicos, dejó una brecha importante entre las espaldas del volante central y la posición del a última línea. Ya con la urgencia de tener que asumir riesgos, se expuso sumando hombres en terreno celeste, que descuidó la transición y en pocos minutos, desnudó sus falencias a la hora de retroceder. En una contra muy bien manejada por Álvaro Pereira, con la mirilla del ojo lo divisó a Suárez, que por esos momentos se escabullía por entre el callejón amplio entre los zagueros, y con metros y tiempo, le escapó por la puerta del área al desesperado arrojo de Fernández, y sin dificultades definió con el arco libre para cerrar la persiana, aunque faltara más de media hora.





IVÁN ISOLANI