23:06 LA CELSTE QUE NO NI NÓ



A la hora de poner los huevos sobre la mesa, llamen a un uruguayo. A la hora de pedir sacrificio, tesón y espíritu, a todos se nos viene a la mente enseguida una camiseta Celeste. Vive de constantes patriadas, de hitos y generaciones que se reinventan ya no en los jugadores, sino como un signo coyuntural y hasta cultural. Y hoy, en una final, donde por 120 minutos la victoria o la derrota en un juego significaba todo, esa garra charrúa jamás se victimizó y, soportó la artillería pesada de las individualidades argentinas, que otra vez comenzó como un globo recién inflado y que, con el discurrir de los minutos, fue perdiendo el aire hasta reducirse a pura impotencia y apostar un pleno a alguna apilada de Lio Messi. En los penales, quedará el nombre Tevez como el único que marró su ejecución, pero si no entraron la horda de posibilidades a lo largo del tiempo jugado, la lotería se decantó por quién desde el inicio había asumido su inferioridad, y pensó el partido.
Temprano, Uruguay se metió en partido y sacudía el rumbo. Forlán, lejos del gol pero de una noche sacrificada más globalmente, acarició el balón en uno de los tantos tiros libres concedidos por la última línea albiceleste, y ubicó en la puerta del área chica a Cáceres en la terraza, mientras su marca, el Pupi Zanetti quedaba sentado en el sofá de la planta baja, Romero, estaqueado alcanzó a zambullirse para meter el manotazo y sacarla a un costado, pero en la segunda jugada sólo el Ruso Diego Pérez apareció para empujarla por el fondo.
Compacto, replegándose en su mitad del campo para esperar, nunca en soledad, sino coordinando esfuerzos para cortar los circuitos y sociedades. Álvaro González batalló a la par de Arévalo Ríos y de Pérez –hasta que vio la roja casi a los 40 del primer tiempo-, conteniendo y sosteniendo al originador del fútbol nacional, Fernando Gago, que nunca encontró esa conexión vertical para llevarle en bandeja la pelota a los 3 de arriba. Eso obligó a Messi a tener que llegar hasta la mitad de cancha para poder organizar un poco la circulación del balón, lo mismo con Agüero, que terminaron encerrados y bien rodeados por los laterales celestes y algún volante que anduviera respaldando escalonadamente la marca. Los laterales, tibios y con una línea imaginaria en sus mentes, como diciéndoles “hasta ahí y después frenate”, eso originó que los costados no fueran carriles ni vías de acceso para poder ir de afuera hacia adentro, todo lo contrario, quedaron truncos y en dominio de los uruguayos, que se beneficiaban con el embudo en el que, si no obtenía resultados o superioridad numérica por las bandas, terminara encarando Messi o quién fuera por el centro y ahogándose ante los centrales o los contenciones bien plantados.
A los 18’. Messi en sintonía, arrancando casi como un volante por derecha pero mostrando que con su pique inicial, le sobraba para cargarse unos cuantos botijas en su sprint. Incisivo, la joya sacándole brillo a su mejor versión, sólo él identificó por entre el callejón de los centrales al Pipita, que en cuanto Lugano le dio unos metros y lo perdió de vista, le picó al vacío y ahí Lio metió la estocada al dente para que el 9 acertara en el cabezazo y pusiera la igualdad.
Nacía otro partido. Uno en el que los charrúas se desgastaban tratando de neutralizar el adelantamiento del equipo de Batista. Como llegaba tarde, y era desbordado por la movilidad y la vacación para ser vertical del medio hacia arriba, acudía al juego brusco y sumaba amonestados. Diego Pérez, Cáceres y Álvaro González quedaban expuestos ante una liviandad ventajosa de los argentinos. Antes que se fuera la etapa inicial, Amarilla se cansó de concederle minutos a Pérez, y tras la menos torpe de todo el kit de atención personalizada, le mostró la otra amarilla y la posterior roja.
Pese a contar con una pieza más en el engranaje, la máquina más aceitada fue la que más tiempo lleva en la empresa. Con minutos de laburo, conocimiento entre ellos, la mitad del campo uruguaya bancó casi con exclusividad el segundo tiempo. Los músculos de Álvaro Pereyra, de Egidio Arévalo Ríos y del Tata González se exigieron por demás para brindarse al trabajo sucio de cortar los circuitos de juego, y negarle las chances a los talentos nacionales para que mostraran todo su potencial en los últimos metros. Cuando la tenían, enseguida levantaban la cabeza para buscar a Forlán y a Suárez, de tremendo partido, no como goleadores o definidores, sino siendo el bosque del equipo, el respiradero para aguantar la pelota lo más lejos posible de su meta, y dejar que los minutos fluyan y las piernas descansen. Todo beneficiado por la poca inteligencia de los nuestros, que les solucionaban el problema del encierro con la banda o el aislamiento con faltas a 40 metros de Romero.
Así fueron transcurriendo las acciones, situaciones en las que o la impericia del definidor o LA noche de Fernando Muslera, que cada vez que pudo, protegió el arco con toda su contextura física. Lo del 1 Celeste fue, por lo menos, sensacional. La Selección desnudaba su impotencia en todo sentido. Messi dependiente, con Pastore tibio y Tevez en cancha de Unión, Higuaín se debatía entre la férrea marca de Lugano y Scotti y la falta de convicción de sus compañeros. Zabaleta y Zanetti, además de ser poco empleados, cuando lo eran o debían serlo, demostraron que sólo son laterales para la faz defensiva, porque al momento de pasar al ataque con cierta convicción y firmeza, mostraron la realidad.
Los penales son lotería, o estudio, o vaya a saber cuánta cantidad de cosas pasantes y pensantes por los fueros internos de los muchachos. Son humanos, con miedos, con oídos para escuchar el murmullo de un Cementerio que iba a dejar enterrado en su verde césped a uno que sabe lo que es contar por victorias en este torneo. Todos lo patearon con el alma, sabiendo que u error podía ser fatal para los suyos. Los arqueros olfateando para dónde iba a ir la ejecución, -más el de verde que el de rojo-. Cuando Carlitos Tevez se fue encaramando hasta el punto del penal, trotando en su empresa del legar hasta el balón bien acomodado en el punto exacto del penal, y cuando impactó, ese silencio que acompañó la definición se profundizó, y sólo se escuchó el chasquido del choque del balón con los guantes ya gastados de tanto trajinarlos. De ahí en más, con la soga al cuello, todo se contó como gol, hasta que Martín Cáceres midió milimétricamente su impacto y la colgó el ángulo.
Festejo charrúa. La Celeste que no ni nó. Suma y sigue, que pase el que sigue. Será Perú su rival en semis, mientras que la Nacional, no fue prócer en su tierra. No pudo sacar pecho en sus pagos. Que los penales no sean el actor principal, y que sí lo sea una nueva frustración. Los mejores jugadores, todos en Europa ganando sumas siderales y siendo reconocidos por sus artes fantásticas, no logran componen un equipo. Tarea para 2014.





IVÁN ISOLANI