21:12 LA BALADA DEL PISTOLERO



Un goleador de raza. Un jugador que por sí sólo se fabrica sus ocasiones. No hace falta que el equipo juegue para él, ni que le lleven el alimento entre los centrales. Luis Suárez es 9 según los libros del fútbol, pero hace todo bien en cualquier sector. Marca empecinadamente, sin ceder ni conceder un metro al portador de la pelota, cualidad onerosa y en peligro de extinción. Corre, mete, guapea, se hace líder en un grupo plagado de caciques. Pero además juega, y vaya que lo hace bien. El Centenario, su hábitat natural para seguir superándose y guiando a los suyos a lo más alto de América. Un póker y la pleitesía de los miles de orgullosos uruguayos en las plateas, el resumen de una tarde consagratoria.
Una diferencia abismal entre uno y otro. Entre el Uruguay hecho y derecho, contra un Chile híbrido, desabrido y jugando a suicidarse. La tranquilidad para tomar cada encuentro, sumado a la carga habitual de emotividad y de sacrificio, hicieron que la Celeste sacara diferencias imposibles de reconciliar. Buen toque, equilibrado, con picardía para rotar en la ofensiva y sacarle el jugo a una defensa de 3 zagueros poco trabajada, y con enmiendas todo el tiempo.
Un gol mejor que el otro. Ninguno estéticamente de vitrina, pero en todos apareció el alma colectiva. Arévalo Ríos cortando y sacándose rápidamente el balón de encima, la polenta de Lugano y Godín del fondo para no dejar pasar una camiseta roja por su sector. Arriba todo fue Suárez. Cavani hizo lo suyo, Ramírez desde su juventud aportó cosas, pero los reflectores se los lleva el 9.  
Los reflectores se los lleva la Celeste que no ni nó. Sólido, sin grietas, dando espectáculo y demostrando que, sin haber tanto tiempo para conformar una estructura granítica e implantar ideas en los jugadores, los procesos largos siempre dan resultados.


IVÁN ISOLANI